viernes, 15 de julio de 2011

Viernes, ¿gracias a dios es viernes?

Todas las semanas oigo decir “gracias a dios es viernes”. No hay uno que no diga o escriba algo así, incluso en Twitter es el mejor día para recomendar que se siga a alguien. Mágico el viernes pareciera, diría Yoda.

Pues yo digo que el viernes no es para dar gracias a dios, vaya, si, pero no más que otros días. El lunes, el martes, miércoles, jueves y sábado tienen su encanto también. El domingo,¿existe el domingo? No, ese día no es día, son tan solo unas horas, las primeras, después de las tres de la tarde se transforma en lunes y comienza una crisis aún no descubierta por los científicos alrededor del mundo. Si alguien sabe que sucede en esas horas posteriores, favor de comunicármelo, así mismo la solución para superar semejante crisis.

Pero volvamos al viernes. En el lugar donde trabajo desde hace casi 9 años, vamos a trabajar de manera “casual”. Si, ya saben, pantalones “casuales” con calzado “casual” y camisa “casual”. El único problema es que, casualmente, es un problema profundo vestirse de manera “casual”. Por lo menos eso me pasa. No es lo mismo de lunes a jueves en los que casi dormido tomas una camisa, la que sea, con un traje, el que sea y una corbata, la que sea. No importa, es el uniforme mundial, y si uno convive con daltónicos, como algunos de mis compañeros de trabajo, no importa si el traje fue rojo, la camisa verde y la corbata púrpura. No, al contrario, la gente podría hablar de lo audaz que eres al vestir y no de las estupideces que haces durante la jornada laboral.

“Viernes, gracias a dios es viernes, hoy me pondré…” y comenzamos con el rollo. Qué pantalón que me quede, que este limpio y que convine con una camisa que me quede y que esté limpia… y las convinaciones infinitas se reducen al mismo pantalón y camisa que vienes usando cada tercer viernes. Podría jurar que la gente dice: “hoy es el tercer viernes del mes, ya sé como viene Enrique vestido hoy…” y lo peor es que esas mismas personas tienen el descaro de decirte: “que bien te ves hoy…” HIPÓCRITAS!

Pasado el trago amargo de descuartizar el vestidor buscando desesperadamente un milagro cromático para vestir casual, te diriges a tus labores diarias. Es día corto, medio día y piensas, “ah! Gracias a dios es viernes, o como dicen los más sofisticados “Oh! TGIF, salgo a las 14.30, que maravilla…” y dicho lo anterior comienzan las pesadillas laborales. Claro, tienes menos horas para dejar listo los pendientes del siguiente lunes.Y no solo los propios sino los de aquellos que solicitan tu apoyo para lograr lo mismo. Llamadas, correos, regaños, gritos, juntas… todo en menos horas. Trabajas a una intensidad descomunal, subes, bajas, gritas, te gritan, redactas, te redactan y cuando te das cuentas el viernes laboral termina y dices: “gracias a dios es viernes, ahora si, a comer y a disfrutar el fin de semana”.Ves la hora y sueltas una lágrima al ver que son las 16.00 y tienes que pasar por esos prestamos divinos llamados hijos. Si, hijos, y de su madre todos y cada uno de ellos.

Ahí vas, con un antojo de todo lo que pudiera ser comestible.

“Hola papá!!!!!!”. Tremenda recompensa que dios y el viernes te dan al escuchar esas palabras provenientes de semejantes criaturitas. “¿Vamos al parque?”. Hay dos respuestas: si o no. Cada una tiene sus consecuencias. Comencemos por la sencilla. “No mijo, estoy muy cansado, mejor vamos a casa a ver una película…” Acto seguido un interminable llanto con gritos, pataletas y cuanta mentada de madre se le ocurre a la criatura de dios.

Si. Peor. Ahí vas con tu ropa casual al parque y lo único que haces es perseguir a un par de prófugos que huyen de la autoridad como si en ello se les fuese la vida. Fulano ven acá! Perengano no! Fulano te dije que no fueras a…! Perengano espérate!.... tu y tu ropa casual no sirven para nada. Son ellos y siempre serán ellos los que decidan cuando regresar al yugo de la autoridad. Llega un momento en el que piensas, “dios, si el destino es que los lleves a tu lado, ¿quien soy yo para evitarlo?”

Llegas a casa. Si tienes suerte se quedan dormidos. Si estas medio maldito, llegan despiertos y con ganas de ver una película y cenar. Si estas jodido, te toca jugar con ellos en el jardín y pagarles para que cenen.

Escuchas llegar un carro y el corazón te palpita como cuando esperas la llegada un una bendición. Si, es la esposa que llega a ayudarte. Abre la puerta, entra y en su rostro se ve la mirada de una hermosa mujer sumamente cansada y hasta la madre por tener un viernes similar al narrado, pero con mas horas. En ella depositabas la esperanza de poder descansar de esos tipos. Para esa hora ya no son hijos, son tipos. Que le dices, "¿me ayudas?", te mata!

Das de cenar a los tipos y los duermes. Por fin, piensas, una peliculita con la esposa con una cenita y con suerte una copita de vino. Preparan la cena, destapan una botellita, pones la televisión y en ese preciso instante la esposa cae cual tapa de escusado. El cansancio la vence y te quedas tu, con tu ropa casual de siempre, con los tipos dormidos, la esposa dormida, la cena y la copa de vino, viendo un fragmento de cualquier película, misma que verás unos minutos por estar cual trapo de taller y dices: gracias a dios es viernes.


Rabia.


Para el final:


Lucero (o Lucerito), cuando se te ocurra cantar otra estupidez como: viernes, gracias a dios es viernes... recuerda esto que te cuento.

viernes, 1 de julio de 2011

Cuando un amigo se va...

Hace días escuche esa canción de Alberto Cortéz que se llama “Cuando un amigo se va”. Si la han escuchado coincidirán que es inmisericorde para aquellos que tenemos por lo menos la noción de amigo. Inmisericorde, si, pero no deja de lado nada.
 
Ayer se fue un amigo, Emilio. Mi papá estaba al lado mío, firme, estoico, como papá pues, y me decía: cuando yo me vaya nada de llanto ni dramas. Me despiden tranquilos, contentos y rápido me entierran. Que huevos, pensé. Papá, te voy a extrañar mucho, me va a doler, le dije, y su respuesta fue aun más categórica: hijo, tendrás que estar contento, estaré en un mejor lugar.
 
De fondo sé que tiene razón, pero de fondo también sé que uno se acostumbra a saber que ahí están los que uno quiere. Es muy difícil, dicen, acostumbrarse a los que no están.
 
Pensar en Emilio es pensar en muchas circunstancias de la vida, mi vida. Es pensar, inequívocamente, en Marisa, la maravillosa esposa de mi papá, Susana su hermana, sus hermanos y en las familias que complementaron mi círculo de parientes. Es pensar en un tipo que ama a su esposa como su gran compañera de viaje; es pensar en ese padre de dos geniales hijos; es pensar en su risa estruendosa, en sus críticas a los pecadores jugadores de dominó llamados por él fariseos; es pensar en él en mi oficina platicando de seguros para el retiro, en fin, es pensar en un hombre completo y en un amigo que ya no veremos por estos rumbos.
 
No se si llore cuando mi papá se vaya, seguro que si, hombre!, pocas veces le hice caso, no creo que ese día lo vaya a hacer. El caso es que hoy sí lloro a ese amigo que se fue después de pelear como un guerrero.
 
Para entender como fue Emilio bastó ver a su hijo mayor siendo un pilar para su madre.
 
Descansa Emilio Miñón, lo mereces, ya estas en un mejor lugar.
 
Rabia
 
Para el final:
“Cuando un amigo se va queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río…”